SANCIONAR NO SIGNIFICA EDUCAR
Pretender educar a una niña o niño mediante golpes o nalgadas es completamente ineficaz, ya que la violencia, además de que atenta contra los derechos infantiles, crea confusión emocional e impide aprender la lección que los padres intentan enseñar.
La polémica en torno a si nuestros hijos deben recibir castigo físico sigue presente en la sociedad actual, donde el concepto de autoridad suele confundirse mucho con el uso de la fuerza.
Aunque esta medida llega a tener en el momento el efecto que buscamos, las consecuencias a largo plazo pueden ser dañinas, toda vez que investigación llevada a cabo por el Dr. Murria Straus, del Laboratorio de Estudios de la Familia, con sede en Estados Unidos, afirma que pegarle a los hijos sólo enseña violencia (uno de los principales problemas de nuestros días) y perpetúa su ciclo.
Dicho análisis también indica que aquellos infantes que han recibido golpes tienden a poseer menor autoestima, a deprimirse y, en la edad adulta, son individuos sumisos e inseguros que aceptan trabajos con poca paga.
Aún son muchos los padres que creen que “una fuerte nalgada a tiempo” envía clara señal a sus herederos sobre los límites que existen cuando se produce comportamiento inadecuado; sin embargo, en la mayoría de los casos sólo se está repitiendo modelo aprendido, pues estos progenitores recibieron también malos tratos en su infancia.
Especialistas en el tema señalan que la educación es una de las principales tareas que tiene la sociedad, siendo proceso que busca formar a la persona, enseñarle a vivir y convivir; el propósito es mostrarle cómo adquirir conocimientos, desarrollar valores y criterios, tomar decisiones y adoptar comportamientos propios, para lo cual los padres deben ser modelos de referencia. Así entonces, para lograr el objetivo es preciso iniciar en la infancia, ya que esto permite tener crecimiento estable.
De acuerdo a la Lic. en Psicología especialista en niños Carmen Guadalupe González Velásquez, miembro de la División de educación Continua de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en la capital del país, los tres primeros años de vida son período en el que el menor se encuentra más sensible al aprendizaje, sumamente receptivo a toda la labor socializadora y educadora que le proporcionan los progenitores, especialmente en el terreno de las actitudes (esfuerzo y solidaridad, por ejemplo), y hábitos (higiene personal, orden, limpieza, cumplimiento de horarios).
A su vez, aunque el periodo es cíclico y se repite en diferentes etapas de la existencia, es mejor que las normas se establezcan desde el nacimiento, ya que serán planteamiento futuro para que el infante pueda saber qué esperan los padres de él y así modular su comportamiento conforme crece, reconociendo parámetros entre lo bueno y lo malo.
En opinión de la especialista, pensar que el bebé no puede cumplir reglas por su corta edad es erróneo, pues él sabe perfectamente interpretar el lenguaje verbal y no verbal de la madre, quien debe, desde el primer momento de vida del pequeño, ser firme en sus decisiones y actuaciones sin que esto signifique dejar de ser amorosa.
Es preciso hacer hincapié en que los vástagos no deben ser el centro de nuestro universo, ya que proporcionar excesiva atención a sus demandas ocasiona en ellos contradictorio fenómeno, ya que en vez de formarlos dóciles y obedientes, los vuelve inconformes y demandantes, mal humorados e impacientes, pues poseer todo lo que desean provoca que encuentren prontamente aburrido su entorno, afectando su vida adulta al no tener grandes metas que perseguir en su vida profesional.
¿Cómo manejar la situación?
Frecuentemente, una forma de hacer que nuestro descendiente se apegue a las reglas de casa consiste en suprimirle aquello que le gusta (se le prohíbe ver la televisión o encender la computadora, por ejemplo), pero esto sólo se suele imponer como castigo o represión, y no se le indica al pequeño que es una consecuencia de sus actos.
La diferencia es que, cuando se lleva a cabo como castigo, los padres sólo intentan suprimir aquella conducta que les molestó (y que sin duda se repetirá), mientras que al indicarse que es resultado de un acto indebido, se le hace ver al infractor que ha transgredido las reglas y, por tanto, perderá privilegios que tenía gratuitamente sólo por ser importante miembro de la familia.
Es preciso que los padres hablen de manera serena con su hijo, informarle los deberes y obligaciones que necesita atender dentro y fuera de casa, notificándole que, de no hacerlo, siempre habrá consecuencias.
No obstante, en la mayoría de las ocasiones esto no es tan simple como puede parecer, ya que los padres esperan que el niño limpie su habitación, haga sus tareas y sea obediente por iniciativa propia, pro quizá nunca le han enseñado cómo hacerlo.
Así, frecuentemente comunican las expectativas que tienen de manera directa y clara, pero no especifican la forma de actuar para alcanzarlas; entonces, para el chico se convierte en “camino empedrado” que tiene que recorrer a ciegas, y esto facilita la aparición de emociones y pensamientos disfuncionales. Por ello, y para eliminar malos entendidos, los adultos deben tomarse el tiempo necesario entrenando al menor, siendo siempre muy específicos sobre lo que se espera de él.
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