lunes, 26 de enero de 2009

¿Existe el Destino?

Es difícil precisar cuántas veces la preocupación sobre el destino ha ocupado las reflexiones del ser humano. Poetas y músicos la han convertido en motivo de angustias y alegrías, como en aquella hermosa canción del maestro Adolfo Guzmán: "Quién sabe si el destino alguna vez nos libere de amores diferentes." Los filósofos no han escapado a su fascinación. Platón: "Los espíritus vulgares no tienen destino"; Schopenhauer: "El destino mezcla las cartas, y nosotros jugamos."

A los psicólogos y a los comunicadores sociales científicos, la pregunta acerca de la existencia del destino nos persigue de la mano de algunos que la enarbolan como "reto a la inteligencia", otros como "prueba del nivel de flexibilidad". Algunos incluso pretenden evaluar con ella nuestra "actualidad cosmovisiva e informativa". A mí me la han formulado también muchos pacientes "buscando una esperanza o un consuelo". Casi nunca me detengo a responderla. Prefiero devolverla a la manera de una indagación socrática: "¿Usted cree que existe el destino?"

Al destino lo miran con aversión algunos científicos por parecer un concepto indeterminista, por ser imposible de atrapar en fórmulas y algoritmos metodológicos. Otros lo rechazan por peligroso, por ser una puerta abierta a las "pseudociencias". Sin embargo, ni científicos ni alquimistas, ni clérigos ni laicos, ni puritanos ni escépticos, dejan de hablar el lenguaje del destino. En la ciencia él tiene muchos espacios de existencia. Una de las formas en la que el quehacer científico, el mundo de los datos, habla del destino, se descubre en la noción de determinismo. El sentido del determinismo es abarcador y recoge no solo la experiencia metafísica o dialéctica del pensamiento, sino también la pluralidad de hechos concretos que llamamos la existencia humana. El determinismo es "una doctrina filosófica según la cual todos los acontecimientos del universo, y en particular las acciones humanas, están ligados de manera tal que siendo las cosas lo que son en un momento cualquiera del tiempo, no haya para cada uno de los momentos anteriores o ulteriores, más que un estado y solo uno que sea compatible con el primero" (Lalande A. 1953.p.298). Todo lo que acontece tiene su causa, nada ocurre fuera del sistema de determinaciones múltiples en que existe. Todo tiene una determinación. Ya sea en sucesos anteriores o ulteriores. "El destino de los hombres está gobernado por sus acciones pasadas y presentes" (Lin Yutang). La precedencia y la consecuencia. Esto supone el reconocimiento de las relaciones causa-efecto. Parece que la diferencia fundamental entre causalidad y casualidad reside en el lugar de la "u". Lo casual no esta carente de causa. Las causas de algo no pocas veces son casuales.

En la aceptación de las relaciones causa-efecto se establece, como forma de conocimiento y como necesidad de toda práctica humana, la predicción, la posibilidad de establecer predicciones. No hay ciencia sin predicción. La ciencia es, en gran medida, el establecimiento y la corroboración de predicciones. La predicción es solo posible porque existe una probabilidad máxima de que algo ocurra a partir del suceder de otra cosa. En este sentido es claro que la predicción es una cara del destino, la cara dibujada con los artefactos del pensamiento, por cierto que no solo del pensamiento científico, sino también del pensamiento natural y del pseudocientífico. Por eso afirmo con naturalidad que el destino pertenece como noción a la ciencia, como prenoción, al pensamiento espontáneo y natural del ser humano, y como artificio a la pseudociencia. Él es objeto del conocimiento, de la creencia y del mercado de las ilusiones.

Otro asunto de importancia al pensar en el destino, es lo que nos pasa a los humanos con las predicciones. Nos molesta no saber lo que va a pasar. Nos aburre saberlo. La incertidumbre genera miedos, ansiedades, neurosis. Las certezas generan sobreadaptaciones, crisis existenciales, excesos de confianza. Predecir es algo que a los seres humanos nos convoca al menos a la resistencia, y la resistencia es siempre temor. Quizás por eso nadie es profeta en su tierra, y deberíamos agregar que casi nadie lo es en su tiempo, en el mejor de los casos logra serlo un poco después. La idea del destino goza de un doble vínculo: nos tienta, pero le tememos. Y es que el destino ha sido mirado fundamentalmente desde el lugar del fatalismo, de lo que inexorablemente sucederá para bien o para mal. Así lo veía Voltaire: "Mi destino, no me deja, me sigue por todas partes" (carta escrita el 24 de Agosto de 1750 a la Sra. Denis). Así lo testimonia Murphy: "Si algo puede salir mal, saldrá mal". Así lo define el refranero popular cubano: "El que nace para tamal, del cielo le caen la hojas."Me resisto a tal lectura del destino, a esa que reafirma la inevitabilidad, la que nos cree seres indefensos y pasivos ante el devenir de los acontecimientos. No es ese el destino en el que creo, no es ese el destino que conozco. "Lo importante no es lo que nos hace el destino, sino lo que nosotros hacemos de él" (Florence Nightingale).

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